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animal, allí afuera, en el paisaje de la isla, gritó. Las piernas de mi padre temblaban.
Entonces apareció una luz, naranja y ondulante, donde no debería haber ninguna luz, allí
afuera, sobre las dunas, y se oyeron más alaridos.
 Por el amor de Dios, ¿qué es eso?  resopló mi padre volviendo su cabeza
temblorosa hacia la ventana. Yo me levanté, rodeé el pie de la cama y observé por la
ventana. Los horribles sonidos y la luz en el extremo de las dunas parecían acercarse. La
luz aparecía rodeada de un halo sobre la duna grande que hay detrás de la casa, donde
están los Territorios de la Calavera; centelleaba destellos amarillos con jirones de humo.
El sonido era el que haría un perro en llamas, pero amplificado, repetido una y otra vez, y
con un tono distinto. La luz se fue haciendo más intensa y algo vino corriendo por la cima
de la gran duna, algo en llamas, gritando y corriendo por la ladera que da al mar en la
duna de los Territorios de la Calavera. Era una oveja y venía seguida por otras. Primero
otras dos, y después media docena de animales aparecieron en estampida sobre la
hierba y la arena. En unos segundos la ladera se vio cubierta de ovejas ardiendo, con el
vellón en llamas, balando salvajemente y corriendo ladera abajo, prendiendo la hierba y
los matojos que crecían entre la arena y dejándolos ardiendo en su flamígera estela.
Y entonces vi a Eric. Mi padre llegó a mi lado temblando, pero no le hice caso y seguí
observando las raquíticas figuras danzando y saltando en lo alto de la duna. Eric blandía
una inmensa antorcha en una mano y un hacha en la otra. También estaba gritando.
 Oh, Dios mío, no  dijo mi padre. Me volví hacia él. Estaba subiéndose los
pantalones. Lo aparté de mi camino y corrí hacia la puerta.
 Vamos  le grité. Salí del dormitorio y bajé corriendo las escaleras sin mirar si me
seguía. Podía distinguir las llamas desde todas las ventanas y oír los gemidos de las
torturadas ovejas por toda la casa. Llegué a la cocina, pensé en recoger agua mientras
pasaba a toda carrera, pero decidí que no serviría para nada. Salí corriendo por el porche
hasta el jardín. Una oveja, con los cuartos traseros ardiendo, estuvo a punto de chocar
conmigo. Corría desesperada por el jardín en llamas y cuando estuvo delante de la puerta
se desvió en el último momento con un balido estremecedor. saltando entonces la pe-
queña valla que da al jardín de delante.Yo corrí por la parte de atrás de la casa en busca
de Eric.
Había ovejas por todas partes y el fuego lo invadía todo. La hierba que cubría los
Territorios de la Calavera ardía y las llamas saltaban desde el cobertizo y los arbustos y
las plantas y flores del jardín, y ovejas muertas, crepitantes, yacían en charcos de llamas
vivas mientras otras corrían y saltaban por todas partes, gimiendo y aullando con sus
voces guturales y entrecortadas. Eric estaba en los escalones que llevan al sótano.Vi la
antorcha que había sostenido en su mano, ahora una llama vacilante apoyada contra la
pared de la casa, bajo la ventana del lavabo de abajo. Estaba acometiendo la puerta del
sótano con el hacha.
 ¡Eric! ¡No!  le grité. Avancé hacia él y a continuación me volví, me apoyé en la
esquina de la casa y asomé la cabeza para mirar la puerta del porche abierta . ¡Papá!
¡Sal de la casa!  Podía oír el sonido de la madera restallando detrás de mí. Me volví y
corrí hacia Eric. Salté sobre el humeante cadáver de una oveja justo antes de los
escalones del sótano. Ene se dio la vuelta y blandió el hacha contra mí. Me agaché y rodé
hacia un lado. Caí sobre mis pies y de un salto me puse en pie, listo para echar a correr,
pero Eric había vuelto a golpear la puerta con el hacha, chillando con cada hachazo que
descargaba, como si él fuera la puerta. La hoja del hacha desapareció tras la madera, se
quedó atascada; él la movió de un lado a otro con todas sus fuerzas y la sacó, me miró y
volvió a levantarla frente a la puerta. Las llamas de la antorcha arrojaban su sombra sobre
mí; la antorcha estaba apoyada contra el lateral de la puerta y pude ver cómo la pintura
reciente comenzaba a arder. Saqué mi tirachinas. Eric estaba a punto de echar la puerta
abajo. Mi padre seguía sin aparecer. Eric volvió a mirarme y descargó el hacha contra la
puerta. Una oveja gritaba detrás de nosotros mientras yo rebuscaba una bola de acero en
mis bolsillos. Podía oír el crepitar de los fuegos por todos lados y olía a carne a la brasa.
La esfera de metal encajó en el pedazo de cuero y estiré el brazo.
 ¡Eric!  grité en el momento en que la puerta cedió. El sostuvo el hacha con una
mano y con la otra agarró la antorcha; le dio una patada a la puerta y se vino abajo. Tensé
el tirachinas un último centímetro. Fijé la vista en Eric a través de la Y del tirachinas. Él me
miró. Tenía la cara sin afeitar, sucia, como la máscara de un animal. Era el muchacho, el
hombre que había conocido, y era otra persona completamente distinta. Aquel rostro
bañado en sudor se fruncía en una mueca maliciosa y se movía rítmicamente de arriba
abajo al tiempo que su pecho subía y bajaba y las llamas palpitaban. Sostenía el hacha y
el tizón ardiendo, y tenía detrás de él la puerta destrozada del sótano. Pensé que podría
salvar los fardos de cordita, que ahora se veían de un naranja oscuro bajo la espesa y
vacilante luz de los fuegos que nos rodeaban y de la antorcha que mi hermano sostenía
en su mano. Meneó la cabeza, como expectante y confundido.
Yo moví la cabeza de un lado a otro, lentamente.
El se rió asintiendo con la cabeza, dejó caer, o medio lanzó la antorcha al sótano, y
corrió hacia mí.
Estuve a punto de soltar la bola cuando lo vi venir hacia mí a través del tirachinas, pero
justo en el último segundo antes de que mis dedos se abrieran vi cómo dejaba caer el
hacha, que retumbó en los escalones del sótano al tiempo que Eric pasaba como una
exhalación junto a mí y yo me tiraba a un lado agachado. Di una vuelta en el suelo y vi a
Eric corriendo como una liebre por el jardín, en dirección al sur de la isla. Arrojé el
tirachinas, bajé corriendo las escaleras del sótano y recogí la antorcha. Estaba metida un
metro dentro del sótano, bastante lejos de los fardos. La lancé afuera rápidamente en el
mismo momento en que las bombas que guardaba en el cobertizo empezaron a explotar.
El ruido era ensordecedor, la metralla silbaba por encima de mi cabeza, las ventanas
de la casa estallaron hacia adentro y el cobertizo se había desplomado; un par de bombas
salieron despedidas del cobertizo y explotaron en otras partes del jardín, pero
afortunadamente no cayeron cerca. Cuando me pareció seguro asomar la cabeza el
cobertizo ya no existía, todas las ovejas estaban muertas o habían huido, y Eric había
desaparecido.
Mi padre estaba en la cocina, con un cubo de agua en una mano y un cuchillo de carne
en la otra. Entré y él puso el cuchillo sobre la mesa. Parecía que tuviera cien años. Sobre
la mesa estaba el frasco de muestras. Me senté a la cabecera de la mesa y me desplomé
en la silla. Lo miré.
 Papá, Eric estaba en la puerta  le dije, y me reí. Los oídos me seguían resonando
por las explosiones del cobertizo.
Mi padre se quedó allí en pie, viejo y estúpido, con los ojos turbios y húmedos, y las
manos temblorosas. Sentí cómo me iba calmando gradualmente.
 ¿Qué...?  comenzó a balbucear para aclararse a continuación la garganta .
¿Qué... qué ha pasado?  Parecía como si estuviera sobrio de nuevo.
 Estaba intentando entrar en el sótano. Creo que quería volarnos por los aires. Ahora
ha salido corriendo. He atrancado la puerta lo mejor que he podido. Casi todos los fuegos [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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